Algo de historia: La muerte de Rasputín
Muchos son los misterios que envuelven a la
figura que vamos a tratar hoy; su personalidad y misticismo le convirtieron en
uno de los personajes más icónicos que envolvían la cúpula de la realeza rusa. Nuestro
protagonista de hoy es Rasputín, pero, antes de meternos en materia
explicaremos brevemente quién fue y cómo llegó a ser tan importante en el
contexto final de la Rusia zarista.
Grigori Yefímovich Rasputín creció en una
familia de campesinos de Siberia occidental, lejos de palacios o estilos de
vida pudientes. Se casó con su mujer Praskovia a los 18 años y tuvo siete hijos
con ella, de los que solo tres sobrevivieron. Sus primeros años transcurrieron
en este ambiente rural, hasta que decidió peregrinar. El motivo de este
peregrinaje no está del todo claro, aunque en la conocida serie de NETFLIX “Los
últimos zares” nos explican que por motivo de diversos delitos fue desterrado
de su aldea natal. Durante esta travesía, Grigori visita diferentes lugares
sacros en los que según sus propias palabras conoce a Dios. Rasputín era
semianalfabeto, apenas sabía escribir y debía hacer un gran esfuerzo para leer,
sin embargo, comenzó a formarse en las sagradas escrituras con mucho ahínco. No
resultó tan fácil su formación para el sacerdocio, en la que llegó a desesperar
a su mentor: "Es un lerdo, no aprende nada, es más bruto que un
tocón".
Tras este proceso de formación, nuestro
protagonista va adquiriendo fama como sanador. Además de esto, también tenía
una personalidad arrolladora, un don de palabra envidiable capaz de encarrilar
la opinión de cualquiera. Esta era justo la pieza que le faltaba a la familia
real rusa, ya que su único hijo y heredero de ocho años, Aleksei, sufría de
hemofilia y caía enfermo con mucha facilidad, algo que atentaba contra el futuro
de los Romanov. Fue así como los servicios de Rasputín fueron requeridos por la
familia real. Tras los primeros tratamientos, el zarevich mejoró su salud. Esto
generó una gran devoción en la familia real por Rasputín acrecentando así
todavía más su fama. Poco a poco, su poder llegó a ser tal, que se decía que el
zar Nicolás II no tomaba ninguna decisión sin antes consultarlo con él. También
la zarina Alejandra tenía gran devoción por él, hasta el punto de intercambiar
correspondencia con palabras de mucha estima y afecto.
Rasputín tenía una vida fuera de palacio
totalmente diferente, se conoce que acudía a orgías, era un excelente bebedor y
realizaba otras prácticas que se alejaban mucho de lo que espera de un hombre
de Dios. Pese a todo esto, ya era considerado un hombre santo, un profeta, un
pilar fundamental para la familia real rusa. Esto le generó enemigos por
doquier, sobre todo en los boyardos, la clase noble. Durante estos años, se
intentó atentar contra su figura; tres miembros del clero intentaron cercenarle
el pene en 1911 y sufrió un apuñalamiento planificado por un noble en 1914. Fue
así como en diciembre de 1916, temiendo lo que se le venía encima, escribe una
carta al zar Nicolás II en la que predice su propia muerte y en la que realiza
una terrible profecía para la familia Romanov.
“Siento que dejaré la vida antes del 1 de enero.
Quiero dar a conocer al pueblo ruso, al Papa (el zar), a la madre de Rusia (la
zarina) ya los Niños lo que deben entender. Si soy asesinado por asesinos
comunes, y especialmente por mis hermanos los campesinos rusos, tú, el zar de
Rusia, no tendrás nada que temer por tus hijos, ellos reinarán por cientos de
años.
Pero si soy asesinado por boyardos, nobles,
y si derraman mi sangre, sus manos quedarán manchadas de mi sangre durante
veinticinco años y saldrán de Rusia. Hermanos matarán a hermanos, y se matarán
unos a otros y se odiarán, y durante veinticinco años no habrá paz en el país. Zar
de la tierra de Rusia, si oyes el sonido de la campana que te dice que Grigori
ha sido asesinado, debes saberlo: si fueron tus parientes los que han operado
mi muerte, ninguno de tus hijos seguirá vivo por más de dos años. Y si lo
hacen, rogarán por su muerte, ya que verán la derrota de Rusia, verán venir al
Anticristo, la peste, la pobreza, iglesias destruidas y santuarios profanados
donde todos estarán muertos.
Zar ruso, serás asesinado por el pueblo
ruso y la gente será maldecida y servirá como arma del diablo matándose los
unos a los otros por todas partes. Tres veces durante 25 años destruirán al
pueblo ruso y a la fe ortodoxa y la tierra rusa morirá. Me matarán. Ya no estoy
entre los vivos. Ora, ora, sé fuerte, y piensa en tu bendita familia”.
Poco tiempo después de escribir esta carta
al zar, Rasputín fue invitado a casa de Félix Yusúpov, miembro de la nobleza
rusa. Pese a ser conocedor del peligro que corría, Grigori acudió a la velada
en la que solo encontró a Yusúpov en su salón. Éste envenenó a Rasputín con
pastas y té que llevaban cianuro (ofreciéndoselo a modo de tentempié hasta que
los demás invitados llegaran). Sin embargo, al tomar el té y las pastas ni se
inmutó, es más, cuentan que hasta cogió una guitarra que Félix tenía en el salón
y se puso a cantar. Desesperado al ver que el cianuro no hacía efecto en el
profeta, Yusúpov le disparó varias veces a la espalda. Rasputín, pese a todo, huyó
corriendo entre la nieve; Félix lo persiguió junto a sus cómplices, que le
dieron dos tiros más. Finalmente, con el místico siberiano tendido sobre la
nieve, le dispararon en la cabeza, lo ataron, (solo por si acaso) y lo lanzaron
al río Neva, del que se recuperaría su cadáver unos días más tarde. Hizo falta
algo más que cianuro y una bala para acabar con él. El resto de la profecía es
historia.
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